Llevamos unos 20 días acampados en el mismo lugar.
La relación con los Nubas de Nyaro es estupenda. Nos han aceptado totalmente. Esta armonía que reina entre nosotros ha creado un conflicto de intereses con los Árabes.
Se acercó un día al campamento una delegación, pidiéndonos una alta suma de dinero para construir una escuela, y denunciar el hecho de que Iván estuviera correteando desnudo con sus amigos Nubas.
Los Árabes que viven en Nyaro, son básicamente comerciantes. Existe una escuela para adoctrinar a los niños nubas. No son muchos a los que consiguen convencer para que asistan.
El hecho de que los habitantes nubas del poblado, nos inviten a sus casas, a sus bailes y luchas, que nos hayan adoptado como una familia más del poblado, no les ha gustado en absoluto a estos árabes. Hemos tenido que desplegar nuestras habilidades diplomáticas con destreza, para conseguir calmarlos.
Acordamos entonces, que sería buena idea que Iván asistiera a la escuela todas las mañanas, por supuesto vestido, y les dimos unos dirhams para libretas y lápices. Esto les pareció suficiente por el momento, y marcharon contentos.
Iván, va cada mañana temprano a la escuela, aseado y vestido con camiseta y pantalón. Cuando sale de clase, retorna al campamento, se quita la ropa y corre al poblado para reunirse con sus amigos.
Yo no sé que hace Iván durante todo el día cuando está con sus amigos. El cuenta poco sobre sus andaduras. Imagino que debe vivir experiencias muy especiales. Pero, siendo tan joven, no tiene prejuicios, lo que vive... experimenta con estas gentes, le parece normal. Su mente inocente, curiosa y alegre, está abierta, receptiva.
He podido constatar que los Nubas respetan y quieren a los niños. Por esta razón estoy tranquila. No me preocupo cuando Iván marcha con sus amigos y no vuelve hasta pasadas varias horas. Incluso a veces no llega hasta el anochecer.
Un día, que me quedé custodiando el campamento, mientras descansaba en la tumbona leyendo, entraron unos cinco guerreros nubas de visita. Se sentaron en cuclillas, como suelen hacer, todos en fila, a un par de metros de distancia de la hamaca. Comenzamos a conversar. Ni ellos ni yo dominamos la lengua árabe, la chapurreamos, pero curiosamente, nos entendíamos perfectamente. Los temas versaban sobre las actividades que compartíamos, sobre nuestra realidad inmediata común. ¡Se produjo la magia! Se trascendieron las palabras y los gestos, la comprensión era extraordinaria. Habíamos entrado en un espacio donde la comunicación era telepática. Fue fabuloso, emocionante. Frente a mí se desplegaban el arquetipo del aristócrata, el político, el pillo, el tímido. Pasé una tarde muy especial. Tuvimos la oportunidad de consolidar nuestra amistad.