Realmente es el movimiento y la continua búsqueda de otro lugar el recuerdo más intensamente repetido de mi experiencia en Africa...
Nuestros vehículos podían recorrer entre veinte y cincuenta km. diarios máximo, según la orografía del terreno por el que transcurríamos. La mayor parte del tiempo lo invertíamos en estos largos desplazamientos de una región a otra sin carreteras, ya que Sudán no tenía infraestructuras y las pistas de los colonos ingleses ya se habían borrado.
Cada día, antes de la puesta del sol, teníamos que buscar un lugar para acampar. Cada pausa, un regalo. También una rutina.
Elegíamos un lugar junto a un árbol que nos pudiera dar sombra, alejado de charcas o pantanos y así evitar ser devorados por los mosquitos.
La rutina consistía en hacer un buen fuego con el que mamá preparaba la cena y montar la tienda de campaña en la parte superior del camión grande.
Estas acampadas de travesía solían ser breves, una noche solamente, salvo ocasiones en las que encontrábamos un lugar especial por tener un buen río, buena caza o estar habitado por una tribu interesante y hospitalaria con la que compartir unos días. Estos eran motivos suficientes para alargar nuestra estancia.
Cuando el plan de mis padres era desarrollar un trabajo a fondo con una tribu en particular, la acampada era diferente y se prolongaba incluso unos meses.
Construíamos una estructura circular con palos y paja o con lonas entre los camiones y árboles. La razón de preparar estas empalizadas era para evitar, en la medida de lo posible, las miradas de los curiosos y También protegernos de la entrada de cualquier tipo de animal salvaje o de pastoreo.
Me sentía como si estuviera en el escenario de un teatro ya que la tribu entera se pasaba el día observando hasta el último de nuestros movimientos. Para mamá era muy importante comer en la mesa y hacerlo de la manera mas correcta posible según nuestras costumbres de occidente, con platos, tenedores, servilletas... siempre corrigiendo mi postura: no poner los codos, sentarme erguido, comer con la boca cerrada... así que el espectáculo estaba servido para los nativos que se mataban de la risa al ver toda esa parafernalia de cubiertos, sillas, mesa plegable, servilletas etc. y a un niño blanco realizando complicados malabares con su comida...